En silencio, limitándose a decirle dónde vive, sube detrás de él. La moto
arranca veloz, con rabia, dando un salto hacia delante. Ella, instintivamente,
lo abraza. Sus manos acaban sin querer bajo la cazadora. Su piel está fresca,
su cuerpo caliente en el frío de la noche. Ella siente deslizarse bajo sus
dedos unos músculos bien delineados. Se alternan perfectos a cada movimiento
suyo. El viento le acaricia las mejillas, el pelo mojado ondea en el aire. La
moto se ladea, ella lo abraza con más fuerza y cierra los ojos. El corazón
empieza a latirle enloquecido. Se pregunta si será solo a causa del miedo.
Siente el ruido de algunos coches. Ahora están en una calle más grande, hace
menos frío, dobla la cara y apoya la mejilla sobre su espalda, siempre sin mirar,
dejándose mecer por aquellas subidas y bajadas, por aquel ruido potente que
siente bajo ella.
¡Bueno, yo me quedaría así toda la noche, es más, tal vez iría más allá, profundizaría, qué sé yo, probaría otras posiciones!
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